Hace unos meses leí un artículo
que se clavo en mi garganta sobre una mujer que había trabajado en una casa sin
paga por muchos años y que había iniciado un proceso legal en contra de la
familia con ayuda de una de las niñas que crió durante su trabajo como esclava
en aquel hogar, no pude volver a encontrar aquel artículo porque la primera
reacción de mi inconsciente fue olvidar donde lo vi, de quien era o cualquier
otra referencia que me permitiera volverlo a leer. Creo que lo comente un par
de veces, sin que causara la misma reacción que causó en mí, no los trastoco y
no paso de algún comentario frio ¡oh, pobre mujer! Y seguir haciendo lo que se
hacía. En ese momento no entendía porque no podía dejar de pensar en lo leído,
ahora me parece increíble que no hubiese encontrado la relación inmediata, pero
la mente actúa de formas extrañas.
No voy a
contarles sobre aquel X artículo, que leí aquel X día, porque carecería de
precisiones, más bien quiero contar lo que este finalmente despertó en mí que
motivo que escribiera lo que hoy escribo. Para Maruja son estas palabras, y no
las escribo para podérmela desenterrar de la garganta sino para que tod@s nos
la enterremos en los corazones que pretenden estar libres de culpa.
--------------------------------------------------------------------------------
Maruja se llamaba Maria Rojas,
algunas veces cuando hablo de ella a personas que no la conocieron digo que fue
mi nana, pero en realidad nunca la llame así, ella era simplemente Maruja, sin
apellidos, sin título de señora o doña, sin pasado contado, es como si hubiese
venido con la casa o con algún mueble adquirido en épocas antiguas. Era ella,
la familiar de nadie que vivía en la casa de mi abuela.
No se que edad tendría cuando
le pregunte por qué no sabía leer, ella esculco un poco en su memoria, arrugo
su frente y contesto con aquella respuesta que ya sabía: que cuando niña la
amarraban a un caballo y lo ponían a andar, algunas veces en el camino se
resbalaba quedando al revés y golpeándose la cabeza una y otra vez. Desde ese día
conserve la imagen de ella, así tal cual la conocía, porque no me la imaginaba niña, recorriendo un
paisaje de campo patas arriba amarrada fuertemente a un caballo por los pies y
con su cabello blanco arrastrándose por el suelo, quien sabe dónde, quien sabe cuándo.
Lo único que ella “sabía”, según
sus propias palabras, era escribir los números, para eso de poder dar bien las
razones cuando llamaban a la casa y sólo ella estaba. Pero, por supuesto, que
ella sabía más cosas, sabía lavar, barrer, planchar, cocinar, limpiar el polvo,
abrir la puerta y todos los otros oficios de rutina que repitió hasta su último
día. También sabía, no sé en que momento lo aprendió, a comer callada y sola en
un lugarcito de la cocina, en unas pequeñas sillas viejas que se levantaban tímidamente
para recibirla en sus soledades mientras comía aparte la comida que ella misma
preparaba.
Igualmente sabía aguantar regaños
y palabras ofensivas directa o indirectamente que se dirigían hacia ella recibiéndolas
con la actitud que había tenido que mantener de niña recogida y en eterno
agradecimiento, por la culpa que cargaba de ser hija de nadie.
Jamás recibió plata por haber
criado a más de de 6 niñ@s en la familia, dentro de las que me incluyo; mucho
menos por los más de 40 años limpiando miles de veces la casa de sus amos, de
arriba para abajo, de abajo para arriba. Tampoco fue aceptada como hermana,
como hija, como algún familiar cercano; “Melissa, no saludes a Maruja de beso,
ella no es de la familia” me dijo una vez mi abuela cuando me lancé a saludarla
en mi llegada a la casa. Ella era solo Maruja la que no cumplía años, la sombra
que mantenía las cosas en su lugar y la comida caliente; una sombra que tampoco
cabía en la casa, por eso dormía apeñuscada en una habitación diminuta al lado
del patio, expuesta al frió de todas las noches.
Aquella Maruja, la pequeña señora
gordita que usaba siempre la misma ropa, con una falda hasta debajo de las
rodillas, un saco negro que cubría el resto del vestido y unos tenis para la comodidad
del trajín diario, fue madre un día, y así,
con un bebe de pañal improvisado, con una mano delante y otra atrás llegó un
día a la casa de mis abuelos, Maruja no pasaba de los 18 años.
Los detalles de su embarazo, los
contaban a media voz, que Marcos soldado de la guerra de los mil días esposo de
mi bisabuela, la señora Carmen, había recibido a Maruja un día en su casa, era
una niña que ayudaba a un soldado veterano a repartir leche en algunas casas,
un día quedo sola por la muerte de ese señor que parecía que tampoco era
familiar de ella y empezó a vivir en la casa de Marcos y Carmen, y que Marcos
había encontrado apetecible a esa pequeña niña de nadie, y después de un número
de encuentros un niño crecía en su vientre infantil.
Doña Carmen, mujer tradicional,
no quiso aceptar bajo su techo a la niña que cargaba un bebe de su esposo, un
hijo que ella misma no pudo tener con su marido. Como la culpa es de la mujer, la de la costilla, la que tuvo
la dichosa idea de morder la manzana, y la que en este caso tuvo que seducir a
Marcos y hacer parte de la gente que a nadie le importa, termino siendo
expulsada del paraíso, aunque no creo que estuviera viviendo en el.
Su hijo tampoco se convirtió en
su familia, fue el hijo de Carmen y Marcos, creciendo alejado de su mamá, que
era sombra aparte de una nueva casa.
Las últimas memorias que tengo de
ella, de ya casi 10 años atrás, fueron su mirada desorientada, poniendo la
licuadora sobre la estufa y avisándome que
ya casi iban a estar los frijoles que tanto me gustaban, algunas veces
también se desmayaba de repente y se levantaba sin recordar quién era, nuestras
caras de angustia le eran indiferentes, ella ya no estaba ahí, su locura fue la
forma de rebelarse y finalmente de escaparse un día, cerrando los ojos en la
sala de la casa de mi abuela, sin antes
mirarla fijamente y diciendo con una
sonrisa débil “gracias doña Emilia”.
Hoy después de casi una década de
tu ausencia, yo si te recuerdo y eres parte de la esencia de mi infancia y de
mi vida, tu nombre fue la primera
palabra que aprendí a decir y también cargo cierta culpa de tu historia, ojala,
no recuerdo si lo hice, te hubiese dicho algún día GRACIAS MARUJA.
La carta: http://navegandita.blogspot.ca/search?updated-max=2013-03-20T23:16:00-05:00&max-results=7
ResponderEliminarLas publicaciones de el tiempo y el espectador en marzo: http://www.eltiempo.com/justicia/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12712282.html http://www.elespectador.com/noticias/actualidad/vivir/articulo-412894-mujer-denuncio-esclavitud
Gracias Manu! :)
Eliminar