martes, 10 de septiembre de 2013

Déjame morir un poco…

POR: Lizly Campo Marín


“Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir
un poco.
Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias”…Clarice Lispector


¿Sonará ridículo pedir permiso? Sucede que
te acostumbras a ser tan solícita en tus actos
femeninos, que pedir permiso se convierte en algo
mecánico, sin fundamento práctico pero con una
connotación tan natural al hecho de ser mujer, que ni
siquiera se piensa la razón fundamental de la
solicitud; ni aun cuando se trata de morir, aunque sea
un poco.

Y, morir un poco, sólo un poco, claro, porque
son tantos los compromisos cotidianos que morir del
todo resulta una irresponsabilidad absoluta. No
tardo, por favor, entiende, es sólo un poco.
Y espero la respuesta aunque no requiera de
ella para llevar a cabo el acto de morir un poco. Con
permiso ¿eh? Necesito tu aprobación, tu mirada
condescendiente, el asentir de tu cabeza, el gesto de tu
boca indicando que “no importa” siempre que sea sólo
un poco. Igual habré de morir un poco, pero con
cuánto dolor, de no recibir de tu parte ese simple gesto
construido con algo de indiferencia, algo de
desconocimiento y algo de misericordia.

Gracias, sin embargo. Con o sin tu
aprobación habré de morir un poco y tú tendrás que
esperar durante ese lapso con la mirada impaciente y
la necesidad de que el acto de morir un poco sólo tome
unos minutos de tu tan apreciado tiempo. “El tiempo
es oro” te dirás y maldecirás el momento en el que me
regalaste ese gesto, que dicho sea de paso, concebiste
como insulso; pensarás en la actitud intolerable que
me embargó cuando decidí dejarte, aunque fuera sólo
un poco. Te enojarás y esperarás a que deje de morir
para reclamarme sobre la injusticia de mis actos.
Gracias, porque al fin de cuentas, cuando deje de
morir un poco y tu mirada desaprobatoria le de paso
a la actitud conmiserativa de quien, como un padre
comprensivo mira a su pequeño hijo cometer una
grave falta, se enternece al entender que éste no actuó
bajo el dominio de la conciencia clara, sino permeado
por la insensatez de su minusvalía; y procederás a
perdonarme el acto de morir un poco.

No importa la razón por la cual desee yo
morir un poco. Adquiere relevancia, más bien, la
injusticia de mis ansias de dejarte. Esa
incomprensión mía, esa infinita búsqueda de razones
para entender mi incapacidad de entender. El
germen fundamental de nuestro desacuerdo. Culpa
mía, por supuesto. Por no aceptar de una vez por
todas el incesante reflejo de tu luz solar sobre la difusa
sombra de mi luna.

Perdona pues mi ineptitud. No me entiendas,
no trates de comprender mi negligencia. Sería mucho
pedir. Sólo, por un momento, mientras muera un
poco, permite que tu luz se haga a un lado y déjame
saciarme en la infinita oscuridad de mis
inconsistencias. Cuando deje de morir, haremos de
cuenta que nada ha pasado, que todo sigue igual y
después de recibir humildemente tu perdón, dejaré
que sigas alumbrando el camino de mi fútil
existencia.

Que sea yo mujer; que haya nacido
condicionada al cuidado, a la amorosa entrega, al
instinto materno, a la obligación de dar sin esperar a
cambio; no es tu culpa. Que sobre tus hombros caiga
el peso de la institucionalidad, que el saber y la razón
sean tus dos cualidades básicas, que sean tus ideas las
que forman el mundo; tampoco es culpa tuya. No
hablemos de mis culpas, que son tantas, pues
tendríamos que dedicar días y noches a hacer la
revisión de los pecaminosos actos que se inauguraron
con la adquisición del fruto prohibido.

¿Qué sentido tiene esta perorata? Ninguno,
habrás notado. Necedades mías, comprensibles en el
hecho de que hacen parte de mi esencia femenina. Sé
que eres lo suficientemente racional para entender
que “ya se me pasará” y que, luego de permitirme
morir un poco, retornaremos a la normalidad.

Déjame pues, morir un poco, sólo un poco.
Accede a mi deseo de desapegarme de la
desmesurada fuerza que tu masculinidad imprime a
mis deseos, a mis luchas, a mis desconsideradas
conductas. No tardo, lo prometo; es sólo un poco. Un
poco de vacío para equilibrar la llenura de hombría
que me apabulla en las mañanas, en las tardes, en las
noches. Permite que me suelte de tus anclas varoniles
y naufrague un rato en los mares de mi esencia
femenina. Sólo un poco, una ínfima parte del tiempo
eterno en el que he de estar bajo tu abrigo. Agradeceré
infinitamente tu permiso y mientras esté muriendo
un poco, sólo un poco, rogaré a tu Dios, Dios de los
hombres, que interrumpa el flujo constante de mi
sangre fémina, y con el ímpetu con que creó el mundo
y la dulzura con que formó de una costilla a Eva;
detenga el apacible fluir de mis venas abiertas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola perversxs, nos daría mucho placer leer tu opinión....